martes, 16 de diciembre de 2014

Teodoro el milagrero

Teodoro el milagrero

Se llamaba Santiago Asunción. Cuando nació, su madre se asustó porque era tan grande su miembro que pensó que tenía dos piernas normales y una tercera mocha, por eso, desde el mismo momento que fue bautizado con el nombre de Santiago Asunción, le apodaron para reducir su nombre San Chon, pero luego le agregaron, el Pata mocha. Por tanto era conocido como “San Chon, el pata mocha”
Aquella característica lo hizo famoso y cuando llego a la pubertad, se volvió muy popular entre las damiselas. 

Don Jerónimo Altamirano, cuando  Santiago Asuncion cumplió 15 años de edad, fue quien lo llevo a la zona de tolerancia y le pago a tres mujeres para que lo desvirgaran, con la única condición que lo hicieran delante de él, nomás para ver si era cierto que estaba tan fenómeno como decían. La leyenda resulto real, salieron las prostitutas redengadas, pero felices. Don Jerónimo salió asustado ante aquella demostración de sexo salvaje y sin llenadora, como lo estuvo platicando a todos los conocidos, aquel mocetón era un demonio sexual.

Santiago Asunción se volvió un fanático del sexo, lo practicaba cada vez que tenía oportunidad y eso era a diario, pues de muchas maneras era buscado por las mujeres, muchas de ellas de intachable reputación y bendecidas por el sagrado sacramento del matrimonio.

Ese fue su mal. Fue tanta su fama, que se contó que en aquel pueblito, no hubo mujer casada que no hubiera pasado por sus brazos y en los pueblos aledaños en lugar de llamar al lugar Tepochitlan, lo llamaron cuernochitlan, o Tepochitlan, la ciudad de las viejas guangas.

Santiago Asunción no tenía ni un solo amigo, todos los hombres lo miraban con desconfianza y con rencor. Les daba rabia que siempre iba por la calle con esa sonrisita burlesca en los labios, haciéndoles caravanas a todas las mujeres que encontraba  y mostrando en aquellos pantalones apretados, el monstro causante de la desgracia de los lugareños varones.

Fue un domingo, Santiago Asunción esperaba en la plaza, recargado en un árbol frente a la puerta de la iglesia,  a que las mujeres salieran de misa para hacerles caravanas.
En eso pasó frente a el Laureano Godínez, llevaba del brazo a su mujer. San Chon le hizo una reverencia con el sombrero y Laureano volteo rápidamente a ver a su mujer, que respondía a la caravana con una sonrisa. No lo soporto y apartando a la mujer de un aventón le grito al mocetón enamorado.

__ ¡Ya me estas cayendo gordo jijo de la jijurria! ¡Prepárate que te voy a matar!
__ ¡Adió! ¿¡Tú y cuantos más!?
__ ¡Pos yo solo!
__ No, que tu solo Laureano __ Dijo Melquiades González, el hombre que vendía raspados __ A mí también me cae gordo este jijo del Maíz.
__ ¡Pos no están solos! __ Gritó el globero __ Yo también le traigo muchas ganas.
Y al igual que aquellos hombres, muchos otros que se encontraban en aquella pequeña plaza fueron ratificando su apoyo para castigar a aquel ser desnaturalizado.
Santiago Asunción se sintió en peligro y quiso correr, pero antes que lograra escabullirse, Arnulfo Patiño, el señor que vendía cañas, le reventó una pinta en el lomo que lo hizo caer de cara en el pavimento.

La mujer de Laureano Godínez entro alarmada a la iglesia.
__ ¡Pronto padre Valerio! ¡Van a matar a San Chon!
La misa se suspendió y todos los creyentes salieron corriendo a mirar lo que pasaba. A Santiago Asunción lo tenían agarrado entre cuatro hombres para evitar que huyera, mientras otra media docena discutía que hacer con él. Desterrarlo, colgarlo, golpearlo…hasta que llegó el padrecito junto con otra veintena de hombres y dijo.
__ ¡Hay que caparlo!
__ ¡No! __Gritaron las mujeres asustadas
Los hombres miraron al padrecito interrogantes.
__ Bueno hijitos, es la mejor solución, deja a las mujeres bien guangas, bueno, eso dicen, eso dicen.
__ No esta tan mala su idea padre __ Dijo Poncho el que vendía fruta picada __ Ahí está el machete con el que pelo los cocos. Ta bien afiladito.

Y así lo hicieron, ante la protesta de las mujeres y el beneplácito de los hombres, le bajaron el pantalón al pobre desgraciado y sin consideración alguna, pusieron el enorme miembro del hombre sobre el tronco de mezquite donde Poncho pelaba los cocos y se escuchó zumbar el machete, luego un grito cargado de dolor, acompañado por el llanto de las mujeres cargado de pesar.  Consumada su venganza, los hombres soltaron a Santiago Asunción, le subieron el pantalón que de inmediato se empapo de sangre y lo dejaron ir. Se fue lo más de prisa que pudo  a buscar a un doctor, pero a otro pueblo, pues estaba seguro que el de la localidad no lo atendería. Solo alcanzo a llegar a la orilla del rio, ahí murió desangrado.

Los hombres como si no hubieran hecho nada malo, volvieron cada uno a sus ocupaciones, incluso el padre arreo otra vez a su rebaño para adentro del templo para terminar la misa.
Hipólita Rentería fue la que levantó el despojo que dejaran de Santiago Asunción junto al tronco de Mezquite y con mucho amor lo enredó en su reboso.  Luego camino a la Lomita Pelona y allá, en lo alto, con sus propias manos hizo un hoyo poco profundo y ahí sepulto el artefacto aquel que tanto placer le diera un dia, luego junto muchas piedras y con ellas hizo una cruz para señalar el lugar donde quedo “aquello”
.
El cuerpo desangrado de Santiago Asunción, fue recogido por su madre y acompañado por algunos parientes, fue sepultado en el panteón de lugar, casi en solitario fue aquel sepelio,  en cambio en La Loma Pelona, fueron cientos de mujeres las que fueron a visitar y a poner flores en la cruz de piedra que hiciera Hipólita Rentería. Curiosamente no era mujeres solamente de Tepochitlan.



Empezaron a pasar cosas curiosas en el pueblo, aquel año llovió más que en otras temporadas y la cosecha fue abundante. Doña Consuelo, que hacía tres años vivía sola porque el marido estaba en Estados Unidos, salió embarazada, porque disque  hizo el amor con su esposo por teléfono,  Don Esteban se fue con todo y caballo a un barranco, pero no le paso nada porque el quedo atorado de la rama de un árbol que estaba a media peña…las mujeres empezaron a murmurar que aquellos eran milagros que estaba haciendo San Chon, era un santo sin rencores, un mártir, y con eso perdonaba al pueblo.

El único que se oponía a aquel sacrilegio era el padre Valerio, diciendo que el capado era un jijo de su tal por cual. Pronto se empezó a mirar solo en su iglesia, hasta los hombres dejaron de ir a misa.
El padre Valerio tuvo que pedir su cambio de feligresía, porque las mujeres donde quiera que se lo encontraran lo maltrataban, hubo algunas que hasta se atrevieron a lanzarle escupitajos. En su lugar llego el padrecito Calixto Coletas, y como si su nombre fuera significado de su misión, se la pasaba haciendo colectas, por supuesto, según él,  para hacerle mejoras a su iglesia.

El padre Calixto se ganó muy pronto a los habitantes del poblado, pues  le contaron la historia de aquel muchacho bueno que un dia mataron los hombres por la envidia que les provocaba, porque él era un santo, hasta en su nombre llevaba el apocope, SANCHON. Que lo habían sepultado en lo alto de La Loma Pelona,  El padre previendo que ahí había negocito, les propuso que hicieran una capillita o mejor, porque no, un santuario donde se le rindiera tributo a aquella alma buena y generosa.

Mal lo propuso cuando empezaron a llover los pesos para el material, la mano de obra gratis, hasta el dueño del predio lo cedió gustoso para tan magnífica obra.
Pronto estuvo listo el proyecto. Una hermosa capilla con un altar de granito y piso enlajado que llegaba hasta la puerta de la capilla. A un lado del altar, una estatua de San Chon vestida con un humilde habito que le llegaba un poco arriba de los  tobillos, dejando al descubierto que por ahí chorreaba sangre dejando sus pies manchados de rojo. Muchas mujeres pasaban y tocaban al santo, un poco más debajo de la cintura.

Saliendo de la iglesia, un camino de arena y grava que empezaba al pie de la Loma Pelona hasta la puerta de la capilla, un camino hecho a propósito así, ya que era verdad, San Chon era muy milagroso, pero muy rígido en sus mandas para hacer el milagro, porque él había sufrido mucho, mucho habían de sufrir los que quisieran un favorcito. Entre más dolorosa la manda, más efectivo el milagro.

Su fama empezó a crecer como breñal incendiado en medio de un fuerte viento. Primero los rumores se dieron en los ranchos aledaños, luego en toda la comarca, en el estado, luego por todo el país y finalmente su fama llego hasta el extranjero, en Ponchitlan estaba un santo que si realizaba milagros. Que un ciego aprendió a manejar tráiler sin mirar, que un hombre se había hecho diputado sin tener primaria siquiera, que las mujeres frígidas encontraban el secreto de los placeres, que muchos viejitos volvieron a ser viriles…pero eso sí, que todos habían pagado sus buenas mandas, y por adelantado, antes que se les hiciera el milagro (Política del padre Calixto) y por supuesto, deberían  de dejar limosna, entre mejor limosna se dejara, mayor probabilidad había que se cumpliera el milagro.

Se pidió su canonización al Vaticano y esta fue negada porque no había ni un solo milagro comprobable, pero luego que el padre Calixto le hizo a saber al obispo el monto de limosnas que se recababan diariamente, y el obispo se los hizo saber al Vaticano, de inmediato se hizo saber que era oficial, en Ponchitlan se festejaría a San Chon, o el también conocido, Santito de la pata mocha.
Se contaban por miles los devotos que llegaban diariamente a pedir o a pagar favores hechos por El santito de la pata mocha.

Al pie de la Loma Pelona el padre Calixto mando construir cientos de puestos en donde se vendía comida, recuerditos, milagros, hábitos de San Chon, golosinas, artesanías, etc. Todos regenteados por el patronato del santuario, o sea, por el mismo padrecito. En una extensión de cinco hectáreas, se pintaron sobre la tierra con líneas de cal, espacios para que se estacionaran los cientos de carros y autobuses de pasajeros que llevaban a los peregrinos hasta el lugar. Para los que llegaban en peregrinaciones a pie, en el mismo predio de las cinco hectáreas, se instalaron casas de campaña, que por un módico precio se les rentaba a los caminantes.




En una de esas peregrinaciones llego Teodoro Martínez al santuario. El buen hombre iba con todo su fervor, a pedir por un empleo, un trabajo que le diera lo suficiente para mantener a su prole de diez infantes que el cielo le había dado, dos de él y ocho que ya traía Columba Serafina cuando el la arrejunto, además de los suegros y un hermano de ella, que decía que trabajaría, el dia que el sol saliera de noche. El pobre de Teodoro y su familia Vivian en la más terrible de las miserias, había días que solo conseguía para una mala comida, y otros ni para eso siquiera. Por eso llego con mucha fe llegó al santuario, el Santito de la pata mocha, si a otros les había dado, porque a él no.

En cuanto se bajó del camión miró a unos hombres que traían unos chalecos amarillos, que muy amables se acercaron con el chofer del camión y le dijeron que ellos le cuidarían el autobús, que no se preocupara. Luego vio que una pareja se subieron a su auto, y de inmediato uno se aquellos hombres con el chaleco amarillo, se puso tras el auto y el empezó a gritar.
__  ¡Viene, viene! ¡Viene, viene!
Luego que salió el auto, vio que el hombre que lo manejaba abrió la ventanilla, saco la mano y le dio una moneda de diez pesos al hombre del chaleco amarillo. En cuanto la tomó, el hombre corrió a donde miro que iba saliendo otro auto, y ahí también, otras monedas, y sin hacer nada, solo por gritar, ¡Viene, viene!
Teodoro se acercó a aquel individuo.
__ Oiga amigo, ¿qué es eso? que le den dinero.
__ No, pues es mi chamba, es en lo que trabajo.
__ ¡Ah! Pues que buen trabajo. ¿No me quiere enseñar?
__ No, ni madres, ya somos muchos,  ya no queremos más competencia. Ya le dijimos al padrecito que no de más chalecos.
__ ¿Entonces el padrecito es el que da los chalecos?
__ Ni le busques, ya te dije, ya somos muchos.

Sin hacer caso a lo que aquel hombre le dijo, preguntando aquí, y preguntado allá, dio con el mentado padrecito.
__ Señor cura __ Le dijo __ Quiero que me haga el favor de darme un chaleco amarillo, quiero ser de esos  que gritan ¡Viene, viene!
__ Si, como de que no hijo, aquí todos los que quieran trabajar son bienvenidos, ¿pero ya sabes la condición?
__ ¿Cuál condición?
__ Que tienes el permiso para trabajar, yo te doy tu chaleco, pero tú por la noche cuando lo entregues, tienes que dar una limosna de doscientos pesos, o si no ya no puedes volver a trabajar aquí, ya sabes que con chaleco puedes ser también limpiavidrios, cargador, cuidador de autos, viene- viene, o cualquier cosa donde te den propina, pero eso sí, ya sabes de la limosna por la noche.
Teodoro hizo una cuenta rápida mentalmente, si el hombre que miro en cosa de un minuto gano veinte pesos, juntar doscientos seria cosa de un ratito más, y luego a hacer fortuna.
__Si padrecito, como de que no, eche para acá el chaleco.

Llego al estacionamiento muy ufano, presumiendo su chaleco. Los demás hombres que lo portaban lo miraron con coraje. Uno de ellos se acercó y le dijo.
__ No se vaya a meter con mis coches.  Si te miro en mi línea te voy a agarrar a putazos.
__ Ni en la mía__ le dijo otro, los demás solo le hicieron señas amenazantes.
De cualquier manera se metió en el estacionamiento, mal miraba que un auto iba saliendo cuando corría a ayudarle, pero ya estaba cerca otro compañero y era quien recibía la propina.

Por fin hubo uno desocupado y Teodoro se puso tras él.
__ Viene- viene, viene-viene __ Y el auto seguía saliendo. Cuando termino de ir en marcha atrás, listo para partir, Teodoro se puso a la par de la ventanilla y estiro la mano. El chofer  abrió la ventanilla y le dijo.
__ ¿Qué quieres baboso?
__ Pues mi propina
__  ¿Por qué?
__ Pues porque le dije, viene-viene, viene-viene.
__ Pinche huevon, mejor ponte a trabajar,  ¿Apoco nomas porque me dices viene-viene te voy a dar dinero? No talegon, contigo o sin ti, yo me hubiera estacionado, contigo o sin ti, yo hubiera salido. Baquetones, busquen otra ocupación, una en donde sacrifiquen el cuerpo, ese si es trabajo, mendigos huevones…sáquese a la goma, que propina ni que nada.
Teodoro se quedó mirando con mucha tristeza como  el automóvil se alejó. Pensó en limpiar vidrios, pero le dijeron que los utensilios para esa tarea los rentaba el padrecito en cien pesos el dia, en las demás ocupaciones no tenía idea de cómo hacerlo así que decidió ir  a entregar el chaleco.

__ No mi hijito, no mi hijito __ Le dijo el padrecito. Los chalecos se entregan en la noche y con tu limosna de doscientos pesos, si no los consigues es que no le echas ganas, y entonces con pena y todo, pero te voy a meter a la cárcel, yo no quiero sinvergüenzas trabajando aquí, en este santo lugar donde se venera a este santo varón, que nos dejó un ejemplo con su martirio,  un ejemplo de lo que es morir por una buena causa. Es más, te recomiendo que le pidas con todo fervor, que te ayude a tener un buen dia.

Así lo hizo. Con mucho fervor se hinco frente a la estatua de San Chon, y  a viva voz le grito.
__ ¡Santito de la pata mocha! ¡Dame un trabajo por favor! ¡Un trabajo que nadie me peleé! ¡Que gane lo suficiente para darle de comer a mi familia mientras viva! ¡Que me dé pa pagarle su chaleco al pinche padrecito!
En eso escucho una voz a sus espaldas.
__ Que manda le prometiste
Volteo y miro a un hombre que de pie, con las rodillas sangradas lo miraba con ternura.
__ Si, si le estas pidiendo tanto, tu manda debe de ser grande, yo por ejemplo le pedí que se alivie mi burra canela de las pasmadas que tiene en el lomo. Es una manda grande también, me vine de rodillas desde abajo hasta el altar.
__ No sabía eso.
__ Así es amigo, solo así se te puede cumplir tu milagro.

Teodoro se incorporó y luego, corriendo a todo lo que daba bajo la loma. Llego a donde empezaba el camino de arena y grava, sin pensarlo mucho se hinco y así, caminado de rodillas empezó a subir aquella cuesta. Pronto alcanzó a una mujer que con un enorme cirio en la mano, también de rodillas,  pujaba a cada paso que iba dando. Su rostro denotaba mucho, mucho dolor.
__  Oiga ¿Ya no aguanta?
__ No mijo, yo creo que me voy a rajar, ni aunque el santito no me cure esta caspa y seborrea que tanta vergüenza me dan.
__ Mire, si usted quiere yo le acabo de acabar su manda, al cabo yo ya voy para allá.
__  ¿Si me harías ese favor mijo?
__ Si señora, como de que no. Ya que lleguemos allá arriba le dice al santito que yo subí por usted. A ver, deme su vela.
__ Oye muchacho __ Le dijo otro hombre que iba un poco enfrente __ No me harías favor de llevar también el mío. Yo tampoco  voy a aguantar. Y pos es la única manera de que haga caso la hija de doña Romulada, la chamaquita se me resiste. Pos solo con un milagro.
__ Claro señor, deme su vela también.
Así, con aquellos dos cirios, y toda su fe puesta en su propuesta, que el santito le diera un buen trabajo, subió Teodoro aquella cuesta de rodillas.
Llegó hasta frente a la estatua y le dijo.
__ Mira San Chon, esta vela, es por la señora que ves ahí, esta otra es por este otro hombre, yo no te traje vela porque no tengo ni un cinco, pero ya subí de rodillas.
Colocó los cirios donde le indico el sacristán y luego se dio la vuelta. Para su sorpresa aun lo esperaban el hombre y la mujer a quienes ayudara. El hombre primero y luego la mujer, le dieron un billete de cincuenta pesos, al momento que le decían.
__ Muchas gracias buen hombre, tenga esto por la molestia que le causamos, y por las palabras que le dijo a este santo tan bendito.

Teodoro abrió los ojos desmesuradamente.  Cien pesos, por algo tan fácil. Bueno, le dolían espantosamente las rodillas, pero ya había ganado la mitad de la renta de su chaleco. Sin despedirse corrió cuesta debajo de nuevo. Llegó gritando.
__ ¡Ayudante de mandas! ¡Soy un ayudante de mandas! ¡Quien quiere que le ayude!
__ ¿De qué hablas muchacho? __ Le pregunto un hombre que llevaba los brazos abiertos, con dos cirios de dos kilos cada uno.
__ Que yo le puedo hacer su manda señor, y llegando allá arriba yo le explico al santito de la pata mocha que es su manda y vale por igual.
__ ¿Y cuánto cobras?
__ ¿Qué es lo que tiene que hacer?
__ No, pos subir hasta allá de rodillas y sin bajar los brazos. Si los bajo tengo que volver a empezar. Ya tengo tres días y no he podido, ya no aguanto los brazos. Me voy a quedar sin ir pal norte, mi manda es para que no me vaya a agarrar la migra.
__ Doscientos pesos amigo, le cobro doscientos pesos.
__ Que sean ciento cincuenta.
__ Trato hecho, me los paga ya cuando el santito oiga que la manda era suya.
__ Oiga señor, me puede llevar a mi niño en los hombros también. Es nomas llevarlo en el cuello.
__ Uh, eso está fácil, le cobro cien.
__ Traigo ochenta.
__ Sale, trato hecho.
__ Dios se lo pague señor, deje ponerle mi niño en el cuello.
La mujer le puso aquel chamaco de cuatro años en el cuello y otra vez hincado, Teodoro empezó a avanzar.
__ Ahora sí que se le va a quitar el chorro a mi niño, se me está muriendo con esa diarrea verde y apestosa que no se le quita con nada.

Apenas lo termino de decir, cuando aquel chamaco sufrió de otro ataque de  diarrea y  el chaleco perdió su colora amarillo, para adornase  con un bello color verde bandera. Solo hizo un gesto y pensó “Chin, ya me cagaron el chaleco de padrecito, a ver si no se me enoja”

En aquel trayecto hizo otros tres tratos, cargo otro cirio, le colgaron un perro y tuvo que llevar mordiendo una olla colmada de frijoles acedos. Bueno, al menos el olor de los frijoles acedos mitigó en algo el olor de la diarrea que llevaba en la espalda. Sentía que le dolía hasta el alma, pero se acordaba que iba a ganar algo de dinero y sacaba fuerzas de donde ni el sabia y seguía muy contento.
Al término de aquel viaje, ya tenía suficiente para pagar la renta del chaleco y le sobraba lo suficiente para llevarle de comer a su familia. En cuanto cobró corrió de nuevo cuesta bajo, eran muchos los peregrinos que necesitaban de sus servicios.

Grande fue la sorpresa que se llevó. La noticia que había un milagrero o un cobrador de mandas con su chaleco amarillo ya se había regado y andaban al menos diez hombres con el famoso chaleco, buscando a quien hacerle los favores milagreros.

Teodoro sintió rabia. Aquel era su negocio. Ya no encontró a ningún cliente, sus compañeros ya se los habían ganado __ Bueno__ se dijo para sí mismo__ al menos ya saque para comer el dia de hoy.
Se iba a retirar a buscar a su familia, cuando escucho gritos a mitad del camino de grava y arena. Era uno de sus compañero que no había soportado llevar los cirios con los brazos abiertos y como los había bajado ya no valía la manda. El peligres le exigía que tenía que volver a empezar,  pero el del chaleco amarillo le decía que tenía que descansar. Total que el hombre le arrebató los cirios y volvió muy enojado volvió  al principio de la vereda para hacer el mismo su manda. Pronto los otros hombres que quisieron hacerse pagadores de mandas como Teodoro, también empezaron a gritar de dolor y renunciaron a esa manera de conseguir propinas, prefirieron mejor volver a ser viene-viene, que aunque no iban a ganar lo mismo, al menos no sacrificarían su cuerpo.

Una mujer fue la que reconoció a Teodoro.
__ Usted es el que si cumple. Por favor señor, pague mi manda.
__  ¿De qué es?
__ Es de llevar dos pencas de nopal bien espinudas,  como si fueran escapulario. De rodillas y cantando canciones de Gloria Trevi. Es que yo quiero ser como ella. Y pos como le iba a pagar a usted pa que me hiciera mi manda, la hice algo durita. Le voy a dar doscientos.
__ ¿Doscientos?  Que sean dos cincuenta. Si no, no.
__ Ándele pues.
__Miren, aquí está el que si cumple.
Se le amontonaron los peregrinos, que uno llevar un rosario de tunas, otro un cirio chorreando cera derretida  en la cabeza, las velas eran de lo más común, total que agarro quince mandas por hacer en un solo viaje. La más difícil, era la de llevar un olote metido en el sieso, según esto y el creyente, para que se le quitara lo joto, porque los jotos sufren muchos desprecios, o que si no se le quitaba, que era lo que menos quería,  al menos para que agarrara un buen marido.

 Y así fue como Teodoro hizo su tercer viaje a lo alto de la Loma. Así fue también  como lo descubrió su esposa ya casi para llegar a donde estaba la estatua. En ese momento Teodoro iba llorando a todo pulmón con aquel montón de velas,  sus nopales, el rosario de tunas en el cuello y aquel maldito olote bien metido en el sieso.

__ ¿Pero qué haces Teodoro? __ Le pregunto su mujer
__Ya lo ves Columba, sacando para comer.
__ ¿ Y eso? ¿Cómo?
__ Pagando las mandas de la demás gente Columba.
__ ¿No me digas que tú eres el milagrero que tanto anda contando la gente?
__ Pos si, yo mujer.
__  ¡Pos que poco hombre eres Teodoro!  Si vas a venir a llore y llore ni digas que soy tu mujer,  que vergüenza que la gente vea que vienes llorando nomas por una penquilla de nopal que trais atravesada, aguántate como los meros machos.
__ No mujer, si no vengo llorando por la penca de nopal. No lloro de dolor  ¡Lloro de agradecimiento, por la bondad de este santo tan buena gente conmigo! yo le pedí un trabajo bien pagado y que no tuviera competencia ¡Mira Columba! ¡Ya tengo trabajo! !Nadie me lo pelea! ¡Este santito si es de los meros buenos!
Y toda la gente asintió con la cabeza, al momento que caían de rodillas santiguándose emocionados porque eran testigos de uno mas de los milagros del santito de la pata mocha…Ese si que era,  pero bien, bien  milagroso.


Francisco Rodriguez
Diciembre 16 2014